Hace casi quinientos años –si es que no los ha cumplido ya-, un joven originario del pueblo de Loyola, en Guipuzkoa (así, en el idioma euskera), territorio del pueblo vasco, en la península ibérica, zona fronteriza con Francia, que había perdido su andar normal a consecuencia de la explosión de una bomba, que en plena batalla le destrozó las dos piernas, escribía una manifestación, a la que llamó Principio y Fundamento (no razón y motivo, como dijeran los del grupo 5 y disculpen mi espíritu satírico, tan común a los limeños, en palabras de Raúl Porras Barrenechea). Esta manifestación era una verdadera declaración existencialista de lo que debía hacer cualquiera –estaba dirigida a todos- que se consideraran hijos de Dios, hijos de un Supremo Creador. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (no había lugar en el que no mostrara sus raíces militares el ahora santo), nos decía: «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que fue creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe alejarse de ellas, cuanto para ello se lo impiden. Por lo cual, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; de tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el cual hemos sido creados».
En la Biblia, el profeta Miqueas (capítulo 6, versículo 8) nos enseña de manera semejante, frente al reclamo del pueblo por soluciones rápidas, por recetas milagrosas que alivien sus problemas, que ya se le ha dicho al hombre lo que debe de hacer: ser justo, amar al bien y caminar en la presencia de Dios, su Creador. Es con y en nuestra vida que hacemos presente a Dios en la historia de la humanidad. El creador jamás se aleja de su creación, siempre se encuentra presente, pues nos ha hecho a su imagen y semejanza: somos chispa divina entre toda la creación. En un país hermano existe una frase muy reveladora, que se menciona cuando algo sale mal: Cristo te ha dado la espalda, se dice. Pero ¿cómo nos dará la espalda el que nos dijo que cada vez que estemos reunidos en su nombre, él estará entre nosotros? Somos nosotros quienes le damos la espalda y nos olvidamos que nuestro Señor es nuestro Principio y Fundamento, y aunque ya sepamos lo que debemos hacer, seguimos alejándonos de nuestros anhelos y deseos. Es por eso que resulta imprescindible que regresemos a nuestros orígenes, que miremos hacia nuestros inicios, sin el ánimo anacrónico de retrotraernos hacia el pasado para revivirlo, sino para celebrar nuestro existir, como ahora, que recordamos los siete años del comienzo del recorrer del Priorato de Arequipa, y desde una visión en retrospectiva, plantearnos un mirar en prospectiva; de un conocer nuestros antecedentes, posicionarnos firmes, como faros, hacia el futuro, hacia el horizonte.
Nuestra Orden nació
para dar cumplimiento a esas tres guías expresadas por el profeta, testigo de
la acción vívida de Dios en su pueblo. Apareció la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón para
luchar por lo que era justo, para amar la bondad, construyendo la paz y la
armonía, y para hacer visible a Dios entre los hombres. Esa era su fe, ese es
nuestro Credo. Ellos, protegieron a los peregrinos que viajaban a la Tierra
Sagrada, representada en esos tiempos por Jerusalén; ellos, lucharon por
recuperar el acceso a los lugares santos, a los espacios en donde crecer y
desarrollar su anhelo salvífico; ellos, ofrendaron sus vidas para levantar el
estandarte de la justicia y de la verdad, como muestra de la mano de Dios
moviendo a la humanidad. Y por ellos también debemos no olvidar que un 13 de
octubre de 1307 fueron detenidos los principales dirigentes de nuestra Orden,
para luego ser juzgados vilmente y condenados a la muerte más ignominiosa.
Eran
tiempos violentos, en los que se podían confundir las intenciones, aquellos en
los que vivieron nuestros hermanos y que pusieron los cimientos del Gran Templo
a Dios, nuestro Creador. Y acaso ¿ha cambiado mucho esa situación, si analizamos
los tiempos que nos ha tocado vivir? Yo considero que no, y es por eso que las
palabras expresadas por San Ignacio, cuya experiencia de vida en lo militar
marcó su lucha en defensa de la Iglesia, y por el profeta Miqueas, fiel y veraz
testigo de la acción de Dios entre los hombres, me resultan un claro y prístino
mensaje de aliento, pero naturalmente vinculante, es decir, es un mandato, un
apremio a la acción. Debemos ser contemplativos en la acción, según San Ignacio
de Loyola.
Ahora,
la lucha por la justicia, protegiendo al peregrino y recuperando los lugares
santos; la batalla por lo bueno que hay en el mundo, construyendo una sociedad
con amor, paz y armonía, en donde lo natural no era llamarse Hermanos, sino
sentirse Hermanos, en donde se podía confiar uno en el otro; y en donde se
enseñaba con el ejemplo de cada una de nuestras vidas que Dios estaba entre
nosotros. Eso, ahora ya cambió. Ahora, en nuestros tiempos, el peregrino es el
pobre, es el angustiado, es el enfermo, es el extranjero, es el niño, es la
mujer, es el anciano; lo bueno es la fraternidad, la solidaridad, la
responsabilidad en nuestro actuar, en el presente y frente al futuro; y, ante
todo, la prueba que Dios está entre nosotros es nuestro trabajo cotidiano, el
mismo que nos permita al final del día, en nuestro acto de contrición, decir en
nuestra plegaria, Gracias Señor Nuestro por permitirme luchar a tu lado, pero Non nobis,
Domine, non nobis. Sed Nomini Tuo Da Gloriam (No a nosotros, Señor, no a nosotros. Sino a Tu Nombre sea dada la Gloria).
Ese es el camino que el Señor nos ha puesto delante de
nuestros pies.
Junto a la Iglesia, pero no dentro de ella, he concluido con la labor que se me ha encomendado, pero no estoy descansando, sino en vigilia, pues mi espada, segura en su vaina, se encuentra lista para acompañar y proteger a mis Sorelles y Fratres y, mi espalda, junto a la de ustedes, está preparada para iniciar el combate.
Ad
maiorem dei gloriam et beatissime virginis mariae honorem
(Para Mayor Gloria de Dios y todo el Honor para la beatísima Virgen María)
FUENTE: Frat+. José Luis Carrasco. Senescal
del Gran Priorato Magistral del Perú. Discurso
por aniversario del Priorato de Arequipa. (13/10/2020).
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